Construyamos una autoestima diferente para nosotros y nuestros hijos

Piensa en alguna afición, algún deporte que te guste o algo con lo que sueñas hacer. ¿Te gustaría ser el/la mejor en ello? Imagina ser el mejor cocinero, la mejor ciclista, el mejor gimnasta o la mejor científica. La respuesta más común seguramente sea: ¿a quién no le gustaría?

Pero ser el mejor en algo está solo al alcance de unos pocos. Entonces, ¿qué nos queda? Ser “la mejor versión de nosotras mismas”. Esto es algo que puede motivarnos a emprender hacia nuevas metas, motivarnos y movilizarnos. Eso está bien. El problema es que también podemos caer en la búsqueda de la perfección. Y no voy a decir nada nuevo, pero: es imposible ser perfectos.

En este artículo veremos cómo entender mejor nuestra autoestima y cómo puede repercutir positivamente en nuestros hijos.

¿Cómo pasamos de una motivación para mejorar a una búsqueda insana de la perfección?

La clave se encuentra en cómo construimos y conservamos nuestra autoestima. Entendemos que la autoestima es el cómo nos percibimos a nosotros mismos y lo que decimos de nosotros mismos. Sin embargo, es común que se convierta en una valoración sobre nosotros mismos basada en lo que nos dicen los demás.

Cuando nuestra autoestima se construye de esta manera, basada en valoraciones (si somos mejores o peores en diferentes facetas) de los demás, es normal que intentemos conservarla necesitando de la aprobación de los demás. Por eso buscamos cada vez ser mejores a ojos de los demás. Tener el desempeño óptimo para que nos valoren positivamente. Y si tengo muchas dudas sobre cuánto valgo, al final solo me queda la perfección.

Para cuando alcanzamos este punto de buscar la perfección para proteger nuestra autoestima, generalmente ya hemos ido demasiado lejos y ni la perfección nos basta. Ocurre con gente famosa y seguro que conoces varios casos. Gente que ha alcanzado los mayores éxitos en su campo, que cuenta con millones de fans, y siguen sintiendo este miedo a una valoración negativa. El miedo a ser un fraude. El llamado “síndrome del impostor”. Su autoestima se construyó según con base en la valoración de los demás, pero ni alcanzar la perfección les salva de las inseguridades.

Aceptarte tal como eres sin dejar de buscar ser la mejor versión de ti misma: ¿qué significa ser “mejor”?

Tomemos las riendas de nuestra autoestima. Debemos dejar de poner nuestra autoestima en manos de los demás y empezar a valorarnos, aceptarnos y amarnos a nosotros mismos y por nosotros mismos. Para guiarnos podemos pensar en nuestros hijos. ¿Cómo queremos a nuestros hijos?

Para la gran mayoría de padres y madres, el amor que se siente por un hijo es “incondicional”. Mi pregunta es: ¿por qué el amor que sientes por ti mismo/a no es también incondicional? Piénsalo, ¿qué impide que tú también seas merecedor/a de tu propio amor? Puedes pensar en mil errores, en mil aspectos que no te agraden pero, ¿si fueran de tu hijo le seguirías queriendo? Seguro que sí.

Pero entonces viviría con mis errores y nunca buscaría ser mejor, ¿no?

Por supuesto, no es así. Seguimos buscando que nuestros hijos sean mejores personas a pesar de que les sigamos dando nuestro amor con sus defectos. Igualmente podemos seguir buscando ser mejores personas, pero sin culparnos por los errores. Nuestro valor se puede definir de otra manera. ¿Cómo? Conectando con nuestros propios valores, en lugar de seguir actuando para los demás.

Conecta con tus propios valores. Los que consideres realmente importantes para ti. Ser un padre o una madre afectuosa, ser un amigo empático y comprensivo/a, ser amable, etc. Busca los tuyos. Anótalos en una lista y escribe una o dos acciones que puedas realizar para acercarte a estos valores.

Aunque no seas perfecta, seguro que puedes reconocer esos otros valores en ti. Trabaja por todos ellos, pero siempre dosificando la autoexigencia y practicando la autocompasión y autoaceptación.

Lo que transmitimos a nuestros hijos

Igual que podemos transmitir las exigencias y la corrección, este amor incondicional por nosotros mismos también se lo transmitiremos a nuestros hijos. De esta forma, estaremos fomentando que ellos construyan una autoestima que se base en la aceptación y la comprensión de uno mismo. Que persigan unos valores que vayan más allá de lo que los demás digan de ellos.

De esta forma puedes ser un modelo de autoestima para tus hijos. Un modelo que no se base en la búsqueda de ser mejor para los demás, sino de conectar mejor con nuestros valores. Así también conectarán mejor con los valores que nos gustaría transmitirles. Seamos imperfectos y amémonos. Que sean imperfectos, amémosles.

Comprende las distintas sociedades para comprender mejor a tus padres, tus hijos y a ti misma

Lee atentamente la siguiente cita: “Esta juventud está malograda hasta el fondo de su corazón. Muchos jóvenes son malhechores y ociosos. Jamás serán como la juventud de antes. La juventud de hoy no será capaz de mantener nuestra cultura”. ¿Cuándo crees que fue escrita? Parece bastante actual, ¿verdad?

Pues no. Esta frase se encontró escrita en un vaso de arcilla con 4.000 años de antigüedad. Y no es el único ejemplo arcaico de cómo la relación entre generaciones ha tenido tintes de conflicto durante toda nuestra historia.

Como ves, las dificultades en la comunicación entre padres e hijos han existido siempre. Las diferencias generacionales pueden suponer una barrera en nuestra comprensión mutua. Por ello, vamos a ver a continuación qué generaciones definen los expertos en sociología y sus características principales. Comprueba si se confirman o desmienten tus ideas preconcebidas sobre tu generación, la de tus padres o la de tus hijos. Seguro que aprendes algo nuevo.

Las diferencias generacionales

Intentaré adivinar. Si tienes más de 40 años, es probable que pienses que la juventud de hoy en día ha perdido valores esenciales, que son caprichosos y que todo esto es culpa de las comodidades de que les hayan dado todo hecho y de la inmediatez de internet. Por otra parte, si eres menor de 30, probablemente pienses que los mayores son tozudos, demasiado tradicionales y no entienden nada de lo que vives.

Por supuesto, esto son estereotipos y mucha gente no se sentirá identificada con las anteriores afirmaciones. De igual manera, ubicar a una persona bajo la etiqueta de una generación puede ser una generalización totalmente desacertada. Cada persona vive una experiencia totalmente individual. Sin embargo, los cambios bruscos en las sociedades (políticos, tecnológicos, etc.) pueden marcar muchas creencias y actitudes. Así se diferencian las generaciones.

¿Cuáles son las generaciones según el año en el que naciste y qué caracteriza a cada una?

  • Los niños de la posguerra (1930-1948):

    Una generación marcada por la austeridad exigida por la depresión económica de la posguerra. La generación de la mayoría de abuelos de ahora. Recibieron una educación de estilo rígido y dogmático. Sin embargo, vivieron en una sociedad comunitarista. Es decir, con fuertes núcleos familiares y vecinales. Poco individualizada. Requirieron de mucho esfuerzo y trabajo duro para sobrevivir sin lujos.

  • Baby boom (1949-1968):

    Caracterizada por un pensamiento ambicioso. Su ambición le llevó al trabajo y el trabajo se vio bien recompensado en su conjunción con una época de bonanza. Su nombre se debe a la explosión demográfica propiciada por la mejora de la economía, un mayor acceso a recursos, la paz y la estabilidad. Fueron educados por la generación anterior, que mantenía esa rigidez y el valor del esfuerzo. El esfuerzo seguía viéndose recompensado con una cierta facilidad al acceso a un hogar propio, a formar una familia y construir un proyecto de vida siendo bastante jóvenes.

  • Generación X (1969-1980):

    Caracterizada por la búsqueda del éxito. No se diferencia mucho de la generación anterior en cuanto a valores con los que fueron educados. Nacidos en una época de cambios muy profundos a nivel político y social, lo que les llevó a ver también que el esfuerzo puede traducirse en resultados. Esta generación vivió la cara “benévola” de la expansión del consumismo, que vino acompañado de muchas novedades tecnológicas. La sociedad sigue siendo mayoritariamente comunitarista, pero comienza a llegar la globalización y el individualismo. Las ciudades cada vez están más pobladas.

  • Millennials (1981-1993):

    Una generación caracterizada por la frustración. Esta es una generación especialmente famosa, infame o, tal vez, ¿difamada? Ciertamente, la palabra “millennial” tiene ya connotaciones negativas para muchas personas. Muchos los llamaron “ninis”. Pero, ¿cuál ha sido su contexto?

    Son jóvenes que nacieron justo antes del boom digital. Sus padres habían vivido el crecimiento económico, el éxito y el esfuerzo recompensado, y eso les inculcaron. Se encontraron con una sociedad altamente competitiva. “Estudia mucho y lograrás lo que te propongas”. Pero se encontraron con una de las mayores crisis económicas de la historia justo cuando estaban accediendo al mercado laboral. El paro juvenil se disparó. La precariedad laboral llegó para quedarse. En definitiva, se encontraron con que el esfuerzo no siempre se traduce en una recompensa.

    Por otra parte, la sociedad ya es mayoritariamente individualista. Los pueblos se vaciaron y se llenaron las ciudades. Los núcleos son menos numerosos. A pesar de la mala fama, también ha sido una generación que ha luchado por grandes cambios sociales como los derechos de muchos colectivos minoritarios, el no a la guerra y la lucha contra el cambio climático.
  • Generación Z (1994-2010):

    Caracterizada por la irreverencia. Algo comprensible. Al fin y al cabo, muchos de ellos apenas han salido de la adolescencia y otros lo siguen siendo. Han nacido prácticamente conectados a internet y con un móvil en la mano. Han jugado mucho menos en las calles. Sus relaciones se han dado mayoritariamente online. Esto también ha facilitado que la comunicación con los millennials se haya acercado y que mucha gente piense que pertenecen a esta generación. Esto también puede haber hecho que percibieran su experiencia de frustración. Además, el acceso a la información ha facilitado que sean los más críticos.

    Pero lo digital también ha hecho que vivan de la inmediatez, lo que hace que cada vez puedan autogestionar menos su capacidad de atención. Además, las redes sociales han hecho que perciban que todo depende de su imagen y hace que perciban una gran competitividad social. Lo que les lleva a presionarse por agradar, mostrarse competentes, ser creativos y verse bien. Son muy flexibles y abiertos, con una alta adaptabilidad a un mundo ya definitivamente globalizado.

Las verdaderas diferencias pueden encontrarse en otra parte

Mientras me documentaba me encontré con este intersante artículo. En él, diferentes profesionales nos invitan a ir más allá de las diferencias generacionales y mirar hacia las diferencias de clase. Las diferencias entre ricos y pobres que cada vez se acrecentan más y más en nuestra sociedad.

¿Y si estamos juzgando a toda una generación como «mimados», cuando realmente la mayoría de jóvenes no solo no ha tenido «todo lo que han querido» sino que, además, después de esforzarse tanto como sus padres y prepararse como todos/as, se encontraron con la precariedad? Como nos recalca Mariano Urraco Solanilla, doctor en Sociología de la Universidad Complutense de Madrid, no perdamos de vista la desigualdad.

Es decir, seguramente haya muchos jóvenes que han «tenido lo que han querido». Pero probablemente sean la minoría. Incluso en este caso, la educación tampoco ha sido responsabilidad suya, como destaca Ángeles Rubio Gil, socióloga del Colegio de Politólogos y Sociólogos de Madrid. Sea como sea, tal vez sea injusto seguir criticando a los millennials, una generación ya de por sí quemada, como defiende la periodista norteamericana, Anne Helen Petersen.

Ponerse en el lugar del otro

Si eres madre o padre, seguro que te gustaría que todos tus valores se transmitieran a tus hijos. Sin embargo, no se puede controlar la influencia del mundo más allá de nuestras relaciones familiares. Nuestras hijas e hijos viven en una sociedad cambiante que les afecta de una forma u otra irremediablemente. De la misma forma que te afectó crecer en una época y esto nos hizo tener más de un desencuentro con nuestros padres.

Si lo piensas, seguramente te hubiese gustado que tus padres te hubiesen comprendido más en algunos aspectos. Puede que echases de menos alguna muestra más de cariño o haber tenido la confianza para hablar de algunos temas delicados. Pero, como hemos visto, crecieron en una sociedad o con una educación que les marcó y les impidió hacer esto.

Igualmente, nuestros menores también viven una época distinta. Tienen otras presiones, otras necesidades y otras consecuencias en su día a día. Puede ser muy enriquecedor hacer el esfuerzo de entender su mundo para estrechar nuestra relación con ellos.