Permiso para sentir

Imagina que estás en una fiesta divertida con muchos amigos. A lo lejos ves que hay alguien que no te agrada y te molesta su presencia. Solo por su el hecho de que ella esté ya temes que la fiesta vaya mal.

Para evitar que esta persona estropee la fiesta intentas echarla de alguna manera, estás pendiente de ella, controlándola para que no arruine la fiesta. Pasan las horas así, hasta que termina. Entonces te das cuenta de que la fiesta ha pasado y no has podido disfrutarla por estar intentando controlar a esta persona.

Puedes hacer dos cosas: (1) quejarte de que esa persona te ha arruinado la fiesta o (2) darle otra perspectiva para que no vuelva a ocurrirte. ¿Probamos lo segundo?

Todas las experiencias forman parte de la vida

¿De qué forma podrías haber disfrutado de la fiesta? Busquemos otro enfoque. Tal vez, en lugar de intentar controlar lo que hace esa persona, ¿podríamos evitar cruzárnosla? Podría funcionar por momentos, pero piénsalo, también tendrías que estar todo el rato pendiente de ella para saber dónde está y así evitarla.

Pensemos otra cosa. Es inevitable que nos encontremos con personas que hagan cosas que nos desagraden. Como mismo no podemos gustarle a todo el mundo, tampoco todo el mundo nos va a gustar a nosotros. Y no pasa nada por ello. Si aceptas que es inevitable, dejarás de intentar controlarla y podrás centrarte en disfrutar de tus amigos.

Esto mismo podemos trasladarlo a otro tipo de experiencias que intentamos controlar y que forman parte de la vida. Si aceptamos que nos ocurren hechos que no nos gustan, pero que escapan de nuestro control, podemos dejar de intentar controlar. Si aceptamos la vida tal como es podremos disfrutar del camino que estamos recorriendo.

Permítete sentir emociones de todo tipo

Cuando de verdad aceptamos y abrazamos la vida que experimentamos, todo lo que sientes está bien. Dejarás de tener la necesidad de juzgar todo lo que ocurre como bueno o malo, positivo o negativo. Aferrarnos a estas dicotomías nos lleva a rumiar en nuestra mente sobre todo lo que nos sucede. Abandonar esta tendencia nos libera de estar juzgando todo, a las experiencias, a los demás y a nosotros mismos.

Al aceptar y permitirte a ti misma sentir todo tipo de emociones, sin juzgar, podrás vivir una vida conectada con tus valores y con tu esencia.

Que el miedo no te paralice: La evitación de las emociones

¿A ti tampoco te gusta sentir miedo, ansiedad o tristeza? Normal, la gran mayoría de personas siente estas emociones como algo desagradable. Procuramos evitar sentirlas y en ocasiones ponemos bastante empeño en ello. Pero, ¿realmente tiene sentido evitarlas? ¿Son negativas estas emociones? ¿Y para qué sirven las emociones?

¿Qué son y para qué sirven las emociones?

Las emociones son reacciones fisiológicas y evaluaciones cognitivas que nos permiten adaptarnos al entorno en el que vivimos. Las emociones que consideramos positivas o agradables nos ayudan a guiar nuestro comportamiento hacia objetivos a priori beneficiosos para nosotros. Por otra parte, las emociones negativas nos señalan eventos que podrían perjudicarnos y de los que deberíamos alejarnos, protegernos, buscar ayuda, etc. En definitiva, ambas nos dan información y nos movilizan a actuar.

Sin embargo, no siempre dejarse guiar por este principio es beneficioso. Esto es fácil de entender cuando piensas en el placer que te produce comer tu dulce favorito. Comerlo de vez en cuando es estupendo, pero comerlo todos los días o en todas las comidas seguramente no sea tan beneficioso. Igualmente, evitar o escapar de todo lo que nos da miedo puede terminar siendo perjudicial e incluso contraproducente.

La paradoja que alimenta nuestros miedos

Sentir miedo ante un león y salir corriendo para evitar que te coma es totalmente lógico y adaptativo. Pero en nuestro día a día sentimos miedo ante muchas cosas que en realidad no son potencialmente dañinas (algunas fobias, miedo a hablar en público, miedo a equivocarse, etc.). Una cosa es tener cierto temor a las alturas cuando te encuentras al borde de un precipicio y así evitar caerte por un posible resbalón, y otra es tener miedo a subir unas escaleras perfectamente seguras.

Sentimos miedo y evitamos, por ejemplo, situaciones en las que puedan evaluarnos (hablar en público) por si nos equivocamos. Y es normal sentir ese miedo. Sin embargo, no puedes mejorar tus habilidades para hablar en público si lo evitas constantemente, puede que haya metas que te gustaría conseguir y que no vas a alcanzar por ello, puede que ni siquiera te equivoques y, en cualquier caso, tampoco pasa nada por equivocarte en público.

Pero lo más significativo es que, paradójicamente, intentando evitar una y otra vez las emociones negativas, las estamos alimentando. La manera de reducir nuestros miedos ante una situación determinada es exponerse a estas situaciones. Cada vez que evitamos una situación que nos da miedo, estamos reforzando esta asociación y la próxima vez sentiremos aún más miedo.

Vivir y convivir con las emociones desagradables

Como vemos, si hay miedos que están impidiéndote lograr tus metas significativas, la mejor opción es afrontarlos, buscando ayuda psicológica si fuese necesario. Pero no es fácil dar este paso, aprender a seguir actuando a pesar de sentir esa emoción.

Sobre la motivación y la obligación de cuidarte a ti misma

¿Qué es la motivación? Puede decirse que es “algo” que nos empuja hacer las cosas. Muchas veces buscamos que esa motivación sea interna, valoramos más que se hagan las cosas por “cumplir con el deber” que por una recompensa. Sin embargo, desde la Psicología esta distinción no está tan clara. Piénsalo bien. ¿Qué te vean como “cumplidor con el deber” no puede ser también una recompensa externa? Y, por otra parte, ¿podemos invalidar todas las recompensas externas? Acaso, ¿te parecería justo trabajar gratis? ¿O tan solo a cambio de lo suficiente para sobrevivir?

Aunque ahora percibamos que muchas veces somos responsables simplemente porque lo somos, como algo interno, lo cierto es que nuestros comportamientos de deber empezaron siendo recompensados externamente. Ya sea con un premio (dinero, permiso para salir con amigos, un dulce, etc.) o con reconocimiento de los demás (felicitaciones tipo “qué bien te portas”, “lo has hecho bien”, “qué bueno eres”, etc.). Pero también es externa la evitación de la reprobación (para evitar que te digan: “te castigo por no hacer los deberes”, “te portas mal”, “eres un vago”, etc.). En otras palabras, nos educaron para ser responsables con motivaciones externas.

La motivación y las obligaciones

Lo que hemos visto son los “motivos” por los que una persona hace lo que hace. Esos motivos son lo que nos “motiva”, valga la redundancia. Sin embargo, a veces sentimos que no son suficiente. Entonces decimos que estamos desmotivados. Cuando sentimos que estamos en este estado nos cuesta mucho más hacer las cosas. Las hacemos sin ganas. Pero si tenemos obligaciones, generalmente cumplimos con ellas porque es lo que toca. No hay más remedio.

Esto demuestra que, aunque no nos apetezca nada, aunque estemos desmotivados, podemos movilizarnos y hacer las cosas. Esto seguramente te parece obvio, no es nada nuevo. Pero pronto vas a darte cuenta de lo importante que puede ser.

Cuando nos da pereza cuidarnos

Es probable que hayas tenido momentos en tu vida en los que has estado muy triste y desanimada. Es totalmente normal y ciertamente común que tengamos etapas depresivas a lo largo de la vida, sin que conlleve ninguna patología. Si te has encontrado en esta situación, ya lo sabrás. Cuando estás tan deprimida, no te apetece cuidarte. Te cuesta mucho hacer cosas por ti. Sientes que estás totalmente desmotivada y con ello justificas que no te estés cuidando.

Pero fíjate, aquí está la clave. Cuando tenemos obligaciones (ir a trabajar, limpiar, cuidar de alguien, estudiar para unas oposiciones, etc.) las hacemos aunque no nos apetezca, aunque nos sintamos totalmente desmotivadas. Simplemente porque es lo que hay que hacer.

Busca la motivación activamente

Entonces, ¿no podemos hacer lo mismo con nuestro autocuidado?¡Desde luego que sí! Esta es una gran noticia, podemos seguir cuidándonos a nosotras mismas aunque nos sintamos desmotivadas. De hecho, esta es una de las principales herramientas con las que cuenta la Psicología para protegernos de la depresión y sobrellevar y recuperarnos de nuestros momentos más decaídos.

Se trata de encontrar la motivación para cuidarnos, pero buscándola activamente. Movilizándonos aunque no nos apetezca. Si has ido tantos lunes a trabajar sin tener nada de ganas porque si no te echan de la empresa, ¿por qué no te dedicas también un rato a ti misma para escuchar música, bailar, dibujar, salir a pasear y hacer cosas que sabes que te gustan? Es por ti. Aunque te cueste, aunque sientas que no tienes ganas de nada. Cuando estés haciendo lo que te gusta encontrarás la motivación.

CUANDO TOCA DECIR “ADIOS” A TU PSICÓLOGA

Al final siempre llegan las despedidas. En el proceso terapéutico no es distinto. También llega el final de nuestras sesiones y también llegan las despedidas. Cerrar las sesiones de forma adecuada y en el momento oportuno es crucial para la psicóloga como para el cliente. Si no se hace de forma apropiada puede generar problemas, pero si se hace de forma ajustada, puede ser una gran oportunidad para afianzar el cambio y poner un broche de oro a la relación terapéutica.

Tanto si estás ahora mismo en un proceso terapéutico, como si nunca has estado, pero te gustaría conocer un poco más cómo trabajamos, este artículo va a serte muy útil e interesante.

La importancia de saber cuándo llega el final

Saber cuándo se puede acercar el final del proceso terapéutico es una de las competencias que debe atesorar una psicóloga. Ningún verdadero profesional va a alargar las sesiones más de lo que debe considerar apropiado según el caso y va en contra del código deontológico de la profesión.

Según el cumplimiento de objetivos propuestos para la terapia y los avances observados a lo largo de las sesiones, la psicóloga informará al cliente con suficiente antelación de que se acerca el final del proceso terapéutico.

Saber que se acerca el final también prepara al cliente para este proceso de cierre. Por lo general y para que la intervención sea plenamente satisfactoria, la relación que se establece entre terapeuta y cliente, sin dejar de ser una relación con un profesional, conlleva unas cualidades significativas. Dedicar un espacio a la finalización de la relación terapéutica ayuda al cliente a procesar esta despedida.

La despedida también forma parte del trabajo para el cambio

Las reacciones del cliente ante la anticipación pueden dar información sobre si la intervención realmente ha sido fructífera o si hay aspectos que no se han tratado y que pueden ser relevantes. Afrontar ese proceso de finalización puede servir para detectar dificultades a trabajar.

Aun yendo todo según lo esperado, en las sesiones de cierre se trabajan aspectos necesarios para asentar el cambio tan valiosos como el resto de la intervención. En estas sesiones, el cliente hace un repaso sobre las herramientas obtenidas. Reafirma sus nuevas creencias y su nueva forma de afrontar la vida. Se anticipan posibles contratiempos que puedan surgir y que preocupen al cliente y, si es necesario, se planifica cómo afrontarlos.

Posibles problemas por acabar de forma abrupta

Como ves, lo que se trata en las sesiones de finalización del proceso terapéutico son esenciales. Por tanto, no es de extrañar que, si se terminan las sesiones de forma repentina, puedan surgir efectos indeseados. Una finalización inadecuada podría provocar en el cliente: una sensación de abandono, inseguridad, angustia y ansiedad por no sentirse totalmente preparado, etc.

Por supuesto, el cliente mantiene el derecho de dar por finalizadas las sesiones cuando considere oportuno. Sin embargo, es recomendable que informe con antelación a la psicóloga.

Celebrando el final

Tal vez lo más importante de alcanzar el final del proceso terapéutico es precisamente el hecho de haber llegado hasta ahí. Llevar a cabo el cambio que se buscaba o se consideraba necesario es motivo de celebración.

Por ello, la última sesión es una experiencia positiva, una despedida feliz por lo que significa haber llegado hasta ahí. Es una oportunidad para expresarse la satisfacción y la gratitud por ambas partes de la relación psicóloga-cliente. Una celebración por el camino recorrido en compañía.

Cómo cuidar la confianza con nuestros hijos

Seguro que para ti es esencial que alguien que consideras tu referente o guía sean alguien en quien puedas confiar. ¿Quieres ser un referente o una guía para tus hijos? Entonces la confianza no puede faltar en vuestra relación.

En muchas ocasiones, la falta de confianza en el espacio familiar es lo que dificulta la comunicación y facilita la inseguridad de nuestros hijos. Cómo interactuemos con ellos en situaciones cuando, por ejemplo, han cometido un error, puede ser una gran oportunidad para aumentar su confianza en vosotros o debilitarla.

La confianza entre ambos es mucho más que contarse las cosas. Ser un referente de seguridad para tu hijo o hija implica que pueda compartir contigo sus dificultades. Pero también implica que se muestre tal como es sin miedos. Esto impacta directamente en la autoestima de tus hijos.

¿Cómo alimento esa confianza?

Para generar esa confianza hay que atender a diferentes aspectos que en el día a día se nos pueden estar escapando. Tus hijos pueden notar intentos falsos de mostrar confianza que hagan que en situaciones futuras se muestren recelosos. Hay que tomar actitudes concretas frente a nuestros hijos y tomar una auténtica implicación. A continuación enumeramos diferentes formas de crear y cuidar esa confianza:

  1. Confía en tu hijo/a: Puede que sea tan obvio que se nos escape, pero si quieres transmitir a tu hijo que puede confiar en ti, debes confiar en él. Confía en sus capacidades. Piensa en todas esas cosas que ha logrado, en las que puede hacer por él mismo y en sus aspectos más positivos.
  2. No sobreproteger: En relación directa con lo anterior. Si confías en tu hijo/a, permite que actúe. Dale su espacio y su rol activo en la familia. Seguro que tiene muchas cosas que aportar. No tengas miedo a que se equivoque y pueda sufrir de alguna manera. Es mejor que se haga responsable acorde con su edad. Si se equivoca, es una gran oportunidad para que aprenda que no pasa nada por ello y que hay que seguir adelante.
  3. Corregir sus errores sin que se sienta juzgado: Señalar sus errores y acompañarles para mejorar es también una responsabilidad como padres. Pero hay que hacerlo de forma constructiva. Debes olvidarte de hacerle culpable y centrarte en hacerle responsable. Es su responsabilidad actuar correctamente o hacer las cosas lo mejor posible. Pero tampoco sirve de nada martirizarlo y va a destruir su confianza en ti y su autoconfianza. En definitiva, cuando le corrijas debes procurar que sea en positivo, que salga con ganas de mejorar y no se sienta criticado.
  4. No le compares con otros: En una sociedad basada en la competencia es común que nos comparemos con otras personas. Ellos también están siendo comparados constantemente por las notas académicas. A veces usamos la comparación con la intención de motivarles: “si Pepito puede hacerlo, ¿por qué tú no lo haces?”, “si tu hermana lo consigue, tú también tendrías que conseguirlo”, “mira lo bien que se porta tu primo y tú no lo haces”. Compararse con cualquier otra persona siempre es injusto e improductivo. No tiene sentido. Cada persona parte de un punto distinto y tiene un camino distinto que recorrer. Compararle solo va a debilitar su autoestima y su confianza en ti.

Aplicando estas breves pautas en nuestra interacción con tus hijos va a mejorar su confianza en ti y por lo tanto vuestra comunicación y seguridad en el ambiente familiar. Contar con un referente seguro es un gran apoyo para los obstáculos de la vida y una gran fuente de autoconfianza y seguridad en sí mismos. En definitiva, confía en él/ella, confía en ti como padre/madre y confiará en sí mismo/a.

Construyamos una autoestima diferente para nosotros y nuestros hijos

Piensa en alguna afición, algún deporte que te guste o algo con lo que sueñas hacer. ¿Te gustaría ser el/la mejor en ello? Imagina ser el mejor cocinero, la mejor ciclista, el mejor gimnasta o la mejor científica. La respuesta más común seguramente sea: ¿a quién no le gustaría?

Pero ser el mejor en algo está solo al alcance de unos pocos. Entonces, ¿qué nos queda? Ser “la mejor versión de nosotras mismas”. Esto es algo que puede motivarnos a emprender hacia nuevas metas, motivarnos y movilizarnos. Eso está bien. El problema es que también podemos caer en la búsqueda de la perfección. Y no voy a decir nada nuevo, pero: es imposible ser perfectos.

En este artículo veremos cómo entender mejor nuestra autoestima y cómo puede repercutir positivamente en nuestros hijos.

¿Cómo pasamos de una motivación para mejorar a una búsqueda insana de la perfección?

La clave se encuentra en cómo construimos y conservamos nuestra autoestima. Entendemos que la autoestima es el cómo nos percibimos a nosotros mismos y lo que decimos de nosotros mismos. Sin embargo, es común que se convierta en una valoración sobre nosotros mismos basada en lo que nos dicen los demás.

Cuando nuestra autoestima se construye de esta manera, basada en valoraciones (si somos mejores o peores en diferentes facetas) de los demás, es normal que intentemos conservarla necesitando de la aprobación de los demás. Por eso buscamos cada vez ser mejores a ojos de los demás. Tener el desempeño óptimo para que nos valoren positivamente. Y si tengo muchas dudas sobre cuánto valgo, al final solo me queda la perfección.

Para cuando alcanzamos este punto de buscar la perfección para proteger nuestra autoestima, generalmente ya hemos ido demasiado lejos y ni la perfección nos basta. Ocurre con gente famosa y seguro que conoces varios casos. Gente que ha alcanzado los mayores éxitos en su campo, que cuenta con millones de fans, y siguen sintiendo este miedo a una valoración negativa. El miedo a ser un fraude. El llamado “síndrome del impostor”. Su autoestima se construyó según con base en la valoración de los demás, pero ni alcanzar la perfección les salva de las inseguridades.

Aceptarte tal como eres sin dejar de buscar ser la mejor versión de ti misma: ¿qué significa ser “mejor”?

Tomemos las riendas de nuestra autoestima. Debemos dejar de poner nuestra autoestima en manos de los demás y empezar a valorarnos, aceptarnos y amarnos a nosotros mismos y por nosotros mismos. Para guiarnos podemos pensar en nuestros hijos. ¿Cómo queremos a nuestros hijos?

Para la gran mayoría de padres y madres, el amor que se siente por un hijo es “incondicional”. Mi pregunta es: ¿por qué el amor que sientes por ti mismo/a no es también incondicional? Piénsalo, ¿qué impide que tú también seas merecedor/a de tu propio amor? Puedes pensar en mil errores, en mil aspectos que no te agraden pero, ¿si fueran de tu hijo le seguirías queriendo? Seguro que sí.

Pero entonces viviría con mis errores y nunca buscaría ser mejor, ¿no?

Por supuesto, no es así. Seguimos buscando que nuestros hijos sean mejores personas a pesar de que les sigamos dando nuestro amor con sus defectos. Igualmente podemos seguir buscando ser mejores personas, pero sin culparnos por los errores. Nuestro valor se puede definir de otra manera. ¿Cómo? Conectando con nuestros propios valores, en lugar de seguir actuando para los demás.

Conecta con tus propios valores. Los que consideres realmente importantes para ti. Ser un padre o una madre afectuosa, ser un amigo empático y comprensivo/a, ser amable, etc. Busca los tuyos. Anótalos en una lista y escribe una o dos acciones que puedas realizar para acercarte a estos valores.

Aunque no seas perfecta, seguro que puedes reconocer esos otros valores en ti. Trabaja por todos ellos, pero siempre dosificando la autoexigencia y practicando la autocompasión y autoaceptación.

Lo que transmitimos a nuestros hijos

Igual que podemos transmitir las exigencias y la corrección, este amor incondicional por nosotros mismos también se lo transmitiremos a nuestros hijos. De esta forma, estaremos fomentando que ellos construyan una autoestima que se base en la aceptación y la comprensión de uno mismo. Que persigan unos valores que vayan más allá de lo que los demás digan de ellos.

De esta forma puedes ser un modelo de autoestima para tus hijos. Un modelo que no se base en la búsqueda de ser mejor para los demás, sino de conectar mejor con nuestros valores. Así también conectarán mejor con los valores que nos gustaría transmitirles. Seamos imperfectos y amémonos. Que sean imperfectos, amémosles.

Comprende las distintas sociedades para comprender mejor a tus padres, tus hijos y a ti misma

Lee atentamente la siguiente cita: “Esta juventud está malograda hasta el fondo de su corazón. Muchos jóvenes son malhechores y ociosos. Jamás serán como la juventud de antes. La juventud de hoy no será capaz de mantener nuestra cultura”. ¿Cuándo crees que fue escrita? Parece bastante actual, ¿verdad?

Pues no. Esta frase se encontró escrita en un vaso de arcilla con 4.000 años de antigüedad. Y no es el único ejemplo arcaico de cómo la relación entre generaciones ha tenido tintes de conflicto durante toda nuestra historia.

Como ves, las dificultades en la comunicación entre padres e hijos han existido siempre. Las diferencias generacionales pueden suponer una barrera en nuestra comprensión mutua. Por ello, vamos a ver a continuación qué generaciones definen los expertos en sociología y sus características principales. Comprueba si se confirman o desmienten tus ideas preconcebidas sobre tu generación, la de tus padres o la de tus hijos. Seguro que aprendes algo nuevo.

Las diferencias generacionales

Intentaré adivinar. Si tienes más de 40 años, es probable que pienses que la juventud de hoy en día ha perdido valores esenciales, que son caprichosos y que todo esto es culpa de las comodidades de que les hayan dado todo hecho y de la inmediatez de internet. Por otra parte, si eres menor de 30, probablemente pienses que los mayores son tozudos, demasiado tradicionales y no entienden nada de lo que vives.

Por supuesto, esto son estereotipos y mucha gente no se sentirá identificada con las anteriores afirmaciones. De igual manera, ubicar a una persona bajo la etiqueta de una generación puede ser una generalización totalmente desacertada. Cada persona vive una experiencia totalmente individual. Sin embargo, los cambios bruscos en las sociedades (políticos, tecnológicos, etc.) pueden marcar muchas creencias y actitudes. Así se diferencian las generaciones.

¿Cuáles son las generaciones según el año en el que naciste y qué caracteriza a cada una?

  • Los niños de la posguerra (1930-1948):

    Una generación marcada por la austeridad exigida por la depresión económica de la posguerra. La generación de la mayoría de abuelos de ahora. Recibieron una educación de estilo rígido y dogmático. Sin embargo, vivieron en una sociedad comunitarista. Es decir, con fuertes núcleos familiares y vecinales. Poco individualizada. Requirieron de mucho esfuerzo y trabajo duro para sobrevivir sin lujos.

  • Baby boom (1949-1968):

    Caracterizada por un pensamiento ambicioso. Su ambición le llevó al trabajo y el trabajo se vio bien recompensado en su conjunción con una época de bonanza. Su nombre se debe a la explosión demográfica propiciada por la mejora de la economía, un mayor acceso a recursos, la paz y la estabilidad. Fueron educados por la generación anterior, que mantenía esa rigidez y el valor del esfuerzo. El esfuerzo seguía viéndose recompensado con una cierta facilidad al acceso a un hogar propio, a formar una familia y construir un proyecto de vida siendo bastante jóvenes.

  • Generación X (1969-1980):

    Caracterizada por la búsqueda del éxito. No se diferencia mucho de la generación anterior en cuanto a valores con los que fueron educados. Nacidos en una época de cambios muy profundos a nivel político y social, lo que les llevó a ver también que el esfuerzo puede traducirse en resultados. Esta generación vivió la cara “benévola” de la expansión del consumismo, que vino acompañado de muchas novedades tecnológicas. La sociedad sigue siendo mayoritariamente comunitarista, pero comienza a llegar la globalización y el individualismo. Las ciudades cada vez están más pobladas.

  • Millennials (1981-1993):

    Una generación caracterizada por la frustración. Esta es una generación especialmente famosa, infame o, tal vez, ¿difamada? Ciertamente, la palabra “millennial” tiene ya connotaciones negativas para muchas personas. Muchos los llamaron “ninis”. Pero, ¿cuál ha sido su contexto?

    Son jóvenes que nacieron justo antes del boom digital. Sus padres habían vivido el crecimiento económico, el éxito y el esfuerzo recompensado, y eso les inculcaron. Se encontraron con una sociedad altamente competitiva. “Estudia mucho y lograrás lo que te propongas”. Pero se encontraron con una de las mayores crisis económicas de la historia justo cuando estaban accediendo al mercado laboral. El paro juvenil se disparó. La precariedad laboral llegó para quedarse. En definitiva, se encontraron con que el esfuerzo no siempre se traduce en una recompensa.

    Por otra parte, la sociedad ya es mayoritariamente individualista. Los pueblos se vaciaron y se llenaron las ciudades. Los núcleos son menos numerosos. A pesar de la mala fama, también ha sido una generación que ha luchado por grandes cambios sociales como los derechos de muchos colectivos minoritarios, el no a la guerra y la lucha contra el cambio climático.
  • Generación Z (1994-2010):

    Caracterizada por la irreverencia. Algo comprensible. Al fin y al cabo, muchos de ellos apenas han salido de la adolescencia y otros lo siguen siendo. Han nacido prácticamente conectados a internet y con un móvil en la mano. Han jugado mucho menos en las calles. Sus relaciones se han dado mayoritariamente online. Esto también ha facilitado que la comunicación con los millennials se haya acercado y que mucha gente piense que pertenecen a esta generación. Esto también puede haber hecho que percibieran su experiencia de frustración. Además, el acceso a la información ha facilitado que sean los más críticos.

    Pero lo digital también ha hecho que vivan de la inmediatez, lo que hace que cada vez puedan autogestionar menos su capacidad de atención. Además, las redes sociales han hecho que perciban que todo depende de su imagen y hace que perciban una gran competitividad social. Lo que les lleva a presionarse por agradar, mostrarse competentes, ser creativos y verse bien. Son muy flexibles y abiertos, con una alta adaptabilidad a un mundo ya definitivamente globalizado.

Las verdaderas diferencias pueden encontrarse en otra parte

Mientras me documentaba me encontré con este intersante artículo. En él, diferentes profesionales nos invitan a ir más allá de las diferencias generacionales y mirar hacia las diferencias de clase. Las diferencias entre ricos y pobres que cada vez se acrecentan más y más en nuestra sociedad.

¿Y si estamos juzgando a toda una generación como «mimados», cuando realmente la mayoría de jóvenes no solo no ha tenido «todo lo que han querido» sino que, además, después de esforzarse tanto como sus padres y prepararse como todos/as, se encontraron con la precariedad? Como nos recalca Mariano Urraco Solanilla, doctor en Sociología de la Universidad Complutense de Madrid, no perdamos de vista la desigualdad.

Es decir, seguramente haya muchos jóvenes que han «tenido lo que han querido». Pero probablemente sean la minoría. Incluso en este caso, la educación tampoco ha sido responsabilidad suya, como destaca Ángeles Rubio Gil, socióloga del Colegio de Politólogos y Sociólogos de Madrid. Sea como sea, tal vez sea injusto seguir criticando a los millennials, una generación ya de por sí quemada, como defiende la periodista norteamericana, Anne Helen Petersen.

Ponerse en el lugar del otro

Si eres madre o padre, seguro que te gustaría que todos tus valores se transmitieran a tus hijos. Sin embargo, no se puede controlar la influencia del mundo más allá de nuestras relaciones familiares. Nuestras hijas e hijos viven en una sociedad cambiante que les afecta de una forma u otra irremediablemente. De la misma forma que te afectó crecer en una época y esto nos hizo tener más de un desencuentro con nuestros padres.

Si lo piensas, seguramente te hubiese gustado que tus padres te hubiesen comprendido más en algunos aspectos. Puede que echases de menos alguna muestra más de cariño o haber tenido la confianza para hablar de algunos temas delicados. Pero, como hemos visto, crecieron en una sociedad o con una educación que les marcó y les impidió hacer esto.

Igualmente, nuestros menores también viven una época distinta. Tienen otras presiones, otras necesidades y otras consecuencias en su día a día. Puede ser muy enriquecedor hacer el esfuerzo de entender su mundo para estrechar nuestra relación con ellos.

Atendiendo por adelantado y estableciendo límites para mejorar la relación con nuestros hijos

Nuestros pequeños pueden ser tremendamente adorables en muchas ocasiones. Esos momentos en los que dices: “¡dan ganas de comérselo!”. Pero cuando nos dicen, “oye, qué bueno es, qué bien se porta”, todas recordamos esos momentos más o menos frecuentes en los que parece que tenemos un pequeño demonio.

Estos comportamientos tan dispares son normales, forma parte del desarrollo del niño/a. Apenas está comenzando a dar sentido a su entorno y, por su edad, aspectos biológicos, psicológicos y sociales todavía están poco desarrollados. Por lo tanto, a veces la exploración de su entorno y su aún reducida capacidad de regular sus emociones confluyen y generan situaciones incómodas.

Así, en ocasiones su búsqueda de satisfacciones afectivas o emocionales pueden resultar inadecuadas. En este aspecto, nuestras atenciones son una fuente de satisfacción primordial para ellos. Cuándo y cómo les atendemos no solo puede reducir estos momentos incómodos, sino que, en cierto modo y sin quererlo, pueden estar manteniéndolos o empeorándolos. A continuación veremos por qué se pueden estar manteniendo estos comportamientos más inadecuados de nuestros niños/as y cómo reducirlos en la medida de lo posible mediante nuestra atención y límites adecuados.

Las atenciones

Dedicar tiempo de calidad a nuestros hijos/as es primordial para su desarrollo y para la mejora del vínculo. Por ello, lo primero es procurar cubrir en la medida de lo posible esta necesidad de nuestros hijos. Sin embargo, con nuestros estilos de vida cada vez más rápidos y estresantes, es difícil compartir tiempo de calidad en familia. En muchas ocasiones son ellos quienes nos solicitan este tiempo. En ocasiones de forma adaptada, en otras mediante rabietas y otras conductas de llamadas de atención. Como decíamos al principio, son normales durante su desarrollo. Pero lo que hacemos cuando ocurren puede estar haciendo que se repitan más a menudo.

Imaginad diferentes situaciones, podemos estar realizando tareas en casa, cocinando o limpiando, o comiendo con amigos en un restaurante. En un principio no estamos pendientes del niño. Hasta que realiza algo que nos parece inadecuado: coge algo, grita, golpea, etc. Entonces nosotros le llamamos la atención y le castigamos. Nos puede parecer totalmente contraintuitivo, pero ese castigo puede ser la forma en la que el niño consigue la atención que solicitaba. Así el castigo tiene un efecto totalmente opuesto al esperado.

Los límites

¿Entonces no debemos castigarles? No exactamente. Establecer límites adecuados es algo imprescindible. Hace su entorno más predecible y les aporta calma y seguridad. Además de que mejora el ambiente familiar, mejorando nuestro estado emocional y nuestro vínculo con ellos.

Para establecer límites debemos hacerlo:

  • Desde un estado emocional regulado, no dejarnos llevar por nuestra propia frustración.
  • Ser claros y directos en el mensaje que transmitimos.
  • Ser coherentes siempre en los límites que establecemos.
  • Ser cumplidores con nuestros compromisos que establecemos en cuanto a las consecuencias que tendrán los comportamientos adecuados e inadecuados.

Lo más importante

No podemos estar siempre pendientes de nuestros hijos/as. Y es importante también para su desarrollo que aprendan a ser autónomos, a solicitar atención de forma más apropiada e incluso a aburrirse. Pero esto es mucho más fácil que lo aprendan cuando nosotros hagamos un esfuerzo por cambiar el momento en el que les prestamos atención.

Por un lado, en la medida de lo posible, debemos dedicar tiempo de calidad con nuestros hijos. Jugar, conversar, dar cariño y, en definitiva, interactuar de forma positiva. Esto reducirá su necesidad de llamar nuestra atención con un estado emocional menos regulado. Por otro lado, darles la atención por adelantado.

¿Cómo es eso de dar la atención por adelantado?

Como podemos entender, es mucho más fácil que nuestro hijo capte nuestra atención haciendo algo llamativo (gritando en lugar de susurrando, golpeando en lugar de acariciando, tirando cosas en lugar de estar tranquilo, etc.). Por eso terminan consiguiéndolo, aunque vaya acompañado de una riña. Por eso, antes de que el niño realice la conducta inapropiada debemos anticiparnos. Si les prestamos atención con algunas palabras, un breve elogio o algún pequeño juego; mientras está tranquilo, al hablar en lugar de gritar, etc.; estaremos mostrándoles que para tener nuestra atención no es necesario hacer nada estridente e inadecuado.

En resumen, dediquemos tiempo de calidad a nuestros hijos cuando nos sea posible. No olvidemos establecer límites ajustados, que también es un acto de amor a nuestros hijos. Y, en definitiva, procuremos practicar la crianza desde el amor y el cariño, en lugar de desde el castigo y la riña. Mejoremos nuestros vínculos y nuestro ambiente para disfrutar en familia.

Cómo escuchar mejor las emociones de nuestros hijos

A veces vemos a los niños como otros seres distintos a nosotros, los adultos. Pero ellos también son personas que tienen y están construyendo un rico mundo interior. Necesitan reconocer y expresar todo tipo de sentimientos y emociones. Sus padres son su principal apoyo y guía también en este aspecto. En este artículo daremos algunas claves sobre cómo escuchar a nuestros hijos y permitirles expresar sus emociones. De esta forma mejorararemos nuestra comunicación con ellos.

La vida emocional de los niños

¿Cómo recuerdas tu día a día cuando eras niño/a? Probablemente recuerdes una vida sencilla. Ir al colegio, jugar, comer con tu familia y poco más. Tal vez no recuerdes esos momentos más complicados en los que te frustrabas, te sentías triste o tenías rabietas. Es normal, no solemos recordar esos momentos puntuales de nuestra vida diaria. Pero los tuviste. Y seguramente tus padres o hermanos te podrían recordar alguna de estas situaciones.

Esta forma algo sesgada de recordar nuestra niñez que tenemos la mayoría de nosotros nos puede hacer pensar que la vida de nuestros propios hijos debe ser así de simple. Pero también tienen sus preocupaciones, frustraciones y momentos malos en general y deben poder reconocerlos y expresarlos. ¿Qué podemos hacer nosotros para acompañarles en este proceso?

Beneficios de mejorar la escucha emocional de nuestros hijos

Ya sabemos que, como padres, tenemos un papel más que protagonista en la vida de nuestros hijos. Es importante recalcar que esto también incluye su educación emocional. Atender, reconocer y validar las expresiones emocionales de nuestros hijos, así como guiarles por su mundo emocional, es positivo para el desarrollo de su personalidad y su autoestima.

Poniendo en práctica una escucha adecuada hacia las expresiones emocionales de nuestros hijos lograremos evitar que repriman emociones, mejoraremos la comunicación con ellos y, en consecuencia, les conoceremos mejor. De esta forma tanto ellos como nosotros estaremos gestionando las emociones de forma saludable, mejorando el ambiente familiar.

Tips para mejorar nuestra escucha emocional hacia nuestros hijos

Seguro que ya conoces algunos consejos comunes para escuchar a nuestros hijos como ponerte a su altura o no quitarle importancia a sus sentimientos. De forma general, sabemos que tenemos que aproximarnos a ellos con amabilidad, paciencia y respeto ante sus expresiones emocionales. A continuación añadiremos algunas pautas más que pueden ser muy útiles:

  1. Permitirle que se exprese y no bloquearle diciéndole, por ejemplo: “no llores”. Puede que la forma en la que está expresando su emoción nos genere malestar porque estamos en un sitio público o porque está dando golpes, etc. En este caso, primero debemos encontrar la forma de estabilizarnos nosotros para poder acercarnos con tranquilidad y transmitirle esta calma para luego poder reconducir su forma de expresar la emoción. Diciéndole: “oye, entiendo que estés triste (o enfadado) pero no debes dar golpes cuando te encuentres así”.
  2. Practicar una escucha activa: Debemos prestar atención a todas las formas en las que el niño/a se puede estar expresando, no solo las palabras que expresa, también la expresión corporal e incluso los silencios.
  3. Como parte de la escucha activa, también podemos decirle en voz alta lo que entendemos que nos está queriendo expresar o cómo le vemos. Podemos parafrasear lo que nos ha dicho y que nos confirme o no si hemos acertado en nuestra percepción.
  4. Si observamos algún indicio en el niño que no nos ha expresado, podemos preguntarle directamente y decirle cuál es nuestra impresión sobre su estado.
  5. Si observamos que le cuesta expresar lo que siente, podemos animarle a que siga intentándolo mostrándole nuestro interés y cariño. También podemos dar algún apoyo, ayudándoles a poner nombre a lo que sienten y utilizando ejemplos de situaciones similares a las que puedan estar pasando. Y, por último, aceptar y validar sus emociones, expresándole que no tiene por qué avergonzarse o preocuparse por nada si es esto lo que puede estar bloqueando su expresión.

Con estos pequeños consejos lograremos hacer que la gestión emocional de nuestros hijos sea más apropiada. Además, aumentaremos su autoestima y su confianza hacia sí mismos al poder reconocer mejor sus emociones y que pueden expresarlas de forma saludable. Y también aumentará su confianza hacia nosotros, ya que nos verán como un apoyo también en al ámbito emocional. De esta forma mejoraremos notablemente nuestro ambiente familiar.

Viviendo para la sociedad o para uno mismo: Autoconocimiento y asertividad en familia

Los humanos somos seres sociales. Estar bien adaptado a la vida en sociedad es muy beneficioso para todos nosotros. Sin embargo, en ocasiones buscamos ajustarnos tanto a la sociedad que nos perdemos de vista a nosotros mismos sin ser conscientes de ello. En el mundo moderno del rendimiento y la inmediatez no tenemos tiempo para escucharnos. Así, no es nada extraño que nos sigamos sintiendo vacíos aun teniendo la vida que se supone que deberíamos tener y sin saber por qué. En este artículo veremos por qué ocurre esto y cómo podemos volver a conectar con nosotros mismos, lo que nos permitirá ser más asertivos y mejorar nuestras relaciones emocionales en familia.

Hace no tanto tiempo, el alcance de nuestra imagen personal llegaba tan solo a nuestro círculo más cercano. Como mucho, nos conocía “todo el pueblo”. La influencia de la sociedad era muy importante, pero nuestra exposición ante los demás era limitada. Ahora vivimos en la era de la comunicación y la exposición pública. Es una vía de dos direcciones. Por un lado, recibimos constantemente mensajes sobre cómo debe ser nuestra vida, qué es el éxito y cuál es el camino de la felicidad. Por otro lado, las redes sociales permiten que nuestras vidas puedan ser examinadas en función de ese canon impuesto.

Las Redes Sociales no son las principales responsables

Entonces, ¿el problema son las redes sociales y los medios de comunicación? Si no utilizo las redes sociales, ¿puedo librarme de ese canon impuesto? Realmente, no. Y es que, como ocurre en numerosas ocasiones, nuestro peor enemigo podemos ser nosotros mismos. Somos nosotros mismos quienes nos comparamos, nos juzgamos y nos dejamos de lado; independientemente de que tengamos redes sociales o no. Pero, si podemos ser nuestros peores enemigos, ¿por qué no ser nuestros mejores amigos?

Resulta que, en las prisas por ser “alguien en la vida”, dejo de ser “yo”. Estamos inmersos en una carrera en la que se supone que debemos ir cumpliendo etapas: estudio, termino una carrera, un máster (o mejor dos), ¿por qué no un doctorado?, conozco al amor de mi vida, me caso, tengo dos hijos (la parejita), un perro de anuncio, un chalet a las afueras con jardín y piscina, alcanzo el máximo éxito laboral, mantengo una figura estupenda, etc. Y en el camino por conseguir esas metas que otro nos puso ahí nos dejamos la salud, el bienestar y nuestro propio camino. Es el momento de parar.

¿Qué tipo de éxito estás persiguiendo?

La sociedad moderna nos ha convencido de que el camino al éxito se hace en bici: si te paras, te caes. Pero, ¿acaso la vida es una contrarreloj? ¿Contra quién compites? No pasa nada por bajarse de la bici, respirar hondo, contemplar el paisaje a nuestro alrededor y escucharse a uno mismo. Pregúntate: “¿hacia dónde estoy pedaleando?”, “¿es la meta que realmente quiero o es la que se supone que debo alcanzar?”, “¿es necesario que siga dando pedaladas mientras me arden las piernas?”.

En algunos países nórdicos es natural que los jóvenes se tomen un año sabático antes de decidir su carrera universitaria. Este año lo pueden dedicar a realizar trabajos como ayudantes en otros países, a aprender un nuevo idioma o simplemente a viajar y conocer mundo. Lo que están haciendo realmente es detenerse y escucharse para conocerse mejor y tomar una decisión basada en el autoconocimiento.

¿Cómo puedes ponerlo en práctica?

Seguramente no tengas la oportunidad de paralizar tu rutina durante un año completo. Pero es suficiente con que te guardes unos minutos al día para ti mismo/a. Aprovechar al menos un momento al día para hacerte las preguntas pertinentes y escuchar tus propias respuestas. Escucha tu cuerpo: el cansancio, los dolores o el estrés. Piensa en las cosas que te gustan y en tus objetivos. Haz dos listas de metas y objetivos personales: en la primera describe que es lo que percibes que los demás esperan de ti, mientras que en la segunda recoges lo que tú genuinamente deseas y esperas de ti misma como persona. Compara ambas listas y reflexiona sobre cuál se acerca más al camino que estás recorriendo ahora mismo y qué dirección te gustaría seguir a partir de ahora.

Detener la rueda y romper con el bucle da vértigo. No es fácil. Pero con estas pequeñas acciones podemos acercarnos a conectar con nosotros mismos y vivir en mayor armonía con nuestras familias.